El entrenador del Atlético de Madrid, Diego Simeone, es el jugador más exitoso de su historia y, tras 13 años a cargo, es difícil imaginar a alguien que iguale su impacto en el club. Pero eso no quiere decir que no haya pasado por momentos difíciles.
Simeone llegó al club y ha ganado dos Europa Leagues, además de dos títulos de La Liga. En su mejor momento, el Atlético también llegó a dos finales de la Liga de Campeones en tres años, pero perdió ambas de forma agónica. La segunda fue un duro golpe para Simeone.
“Cuando las cosas no te van bien, como en cualquier trabajo, traes a casa con menos energía. Pero ves a tus hijas riéndose, a tu mujer sonriéndote y esa rabia cambia. Siempre contamos la experiencia de cuando perdimos la segunda final de la Liga de Campeones. Fue muy duro. Siempre digo que para ganar la Liga de Campeones hay que jugar 90′, 120′ o una tanda de penaltis. Jugué 120′ y perdimos y fueron a los penaltis y perdimos. La segunda vez fue muy dura, estaba muy triste, me preguntaba si tendría fuerzas para seguir llevando a un grupo a un lugar donde es difícil llegar”, explicó, durante una entrevista con su esposa Carla Pereyra.
“Carla inmediatamente me llevaba a todos lados para distraer mi mente y me ayudó a reinventarme para empezar de nuevo. Se trata de eso. Este negocio es muy cambiante. Ganas un partido y eres el mejor y luego pierdes el siguiente y no lo eres. Siempre les digo a los futbolistas que nadie te quita lo ganado, pero a la gente solo le importa el hoy. La vida en sí es igual. Estás con tus amigos y si no le das pasión a tus amigos, o a tu pareja, se acabó. La vida y el día se trata de eso. Partido a partido”, señaló haciendo referencia a su ya famoso lema.
Una racha que le ha ido extraordinariamente bien a él y al Atlético. El equipo de Simeone amenaza con conseguir su tercer título en esos trece años, tras una racha de 12 victorias consecutivas, que culminó recientemente con una victoria por 2-1 sobre el Barcelona. Si bien Simeone también tiene fama de ser emotivo, está claro que ha aprendido a ser tan sensato como cualquiera fuera del campo.